sábado, 28 de mayo de 2016

El campo de concentración de prisioneros de guerra de Lucena (1938-1939)

Durante la guerra civil y en la primera posguerra, el campo de concentración de prisioneros de guerra fue el lugar utilizado en la España franquista para internar, clasificar, reeducar y distribuir hacia otros destinos a los soldados republicanos que caían prisioneros o se entregaban voluntariamente y a los civiles y militares que llegaban evadidos desde la zona republicana. Las primeras instrucciones para la actuación con los prisioneros de guerra se emitieron en diciembre de 1936 y a partir de agosto de 1937 se encargaría de esta cuestión la Inspección General de Campos de Concentración de Prisioneros, un organismo que dependía directamente del Cuartel General del Generalísimo, es decir, del propio Francisco Franco.

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Prisioneros del campo de concentración de Miranda de Ebro (Burgos) en una fecha indeterminada.

Tras su apresamiento en los frentes de guerra por las tropas franquistas, los mandos y los soldados republicanos eran normalmente conducidos a un campo provisional, donde se les tomaba la filiación y se les interrogaba. De allí, en trasportes que solían ser vagones de carga, sufrían un nuevo traslado a un campo estable para ser clasificados. Si al prisionero se le encontraba alguna responsabilidad política o militar, se le trasladaba a una cárcel y se le sometía a juicio sumarísimo, en el que podía ser condenado a muerte. Si se le consideraba adepto al Movimiento Nacional (porque hubieran sido reclutados a la fuerza o no se encontrara cargo contra él) se le reintegraba en el Ejército franquista o se le dejaba en libertad si no pertenecía a reemplazos movilizados hasta el momento. Si se le consideraba “dudoso”, indiferente o poco afecto al Movimiento Nacional, se mantenía su reclusión en el campo de concentración o se le destinaba a partir de agosto de 1937, sin sentencia judicial previa y como mano de obra forzada y militarizada, a los batallones de trabajadores –reconvertidos a mediados de 1940 en batallones disciplinarios de soldados trabajadores–, donde era sometido a trabajos forzados en fortificaciones militares y en obras públicas y privadas (pantanos, canales ferrocarriles, carreteras, minas, puertos, edificios, etc). Esta modalidad de trabajo esclavo se mantuvo bastantes años, de manera que en julio de 1942 aún quedaban 45.457 presos encuadrados en los batallones disciplinarios de soldados trabajadores.

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Prisioneros de guerra en Santander (1937)

Los prisioneros de guerra en la España franquista no fueron tratados de acuerdo con la Convención de Ginebra de 1929, firmada en ese año por el rey Alfonso XIII, que establecía un trato humanitario para los internos y la prohibición de infligirles sufrimientos, violencias, insultos, etc. Por el contrario, acabaron hacinados en campos de concentración en malas condiciones higiénicas, mal alimentados, obligados a trabajos forzosos, torturados, castigados, y en ocasiones exterminados en asesinatos extrajudiciales. Según las instrucciones emitidas en septiembre de 1937 por la Inspección de los Campos de Concentración de Prisioneros de Guerra y Batallones de Trabajadores, los presos tenían restringidas las visitas y la correspondencia –que era censurada– y se les prohibía hablar con las fuerzas de vigilancia, recibir paquetes de comida o la lectura de la prensa. Además, dentro del proceso de reeducación política que padecían, estaban obligados a saludar a las autoridades y a la bandera al estilo fascista – “con la mano extendida”–, y a dar vivas a Franco y a España al formar y romper filas y con motivo de cualquier evento. En cuanto a las actividades que desarrollaban, una buena parte del día los prisioneros permanecían de pie y en posición de firmes: para los recuentos, la instrucción, escuchar los discursos y las lecturas de las leyes penales, cantar los himnos patrióticos o para la celebración de la misa de los domingos.

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Prisioneros desfilando en el campo de concentración de Miranda de Ebro (Burgos) en fecha indeterminada.

Conforme las tropas franquistas avanzaban en sus conquistas, el número de prisioneros aumentó con rapidez, sobre todo en 1938. En febrero de 1939, según cifras oficiales, se alcanzaba la cifra de 237.102 internados en los campos. De acuerdo con las datos facilitados por el historiador Javier Rodrigo (Cautivos. Campos de concentración en la España franquista, 1936-1947), existieron 104 campos de concentración estables y 84-86 provisionales, por los que pasaron entre 370.000 y 500.000 prisioneros de guerra y refugiados. Andalucía fue un lugar de internamiento de prisioneros durante toda la guerra, pero en especial desde 1939, pues los campos del norte de España se encontraban desbordados. A finales de abril de 1939, si seguimos las cifras publicadas por el ya citado Javier Rodrigo, en la provincia de Córdoba existían 21.964 prisioneros distribuidos en los campos de Aguilar de la Frontera (233 presos), Cerro Muriano (236), Córdoba (854), La Granjuela (8.142), Los Blázquez (4.142), Lucena (305), Montilla (412) y Valsequillo (764). En 17 pueblos de la provincia de Córdoba, según el historiador José Luis Gutiérrez Molina, un mínimo de 8.167 prisioneros de guerra procedentes de los campos de concentración y encuadrados en batallones de trabajadores y destacamentos penales, trabajaron forzosamente entre 1936 y 1939 en arreglos de carreteras, fortificaciones, construcciones de pistas, alcantarillado, minas, ferrocarriles, etc.

La andadura del campo de concentración de Lucena comenzó el 12 de julio de 1938, cuando llegaron 194 prisioneros custodiados por fuerzas de la Guardia Civil. Procedían del campo de concentración de Córdoba. Durante ese mes hubo 10 bajas entre los presos, de las que seis fueron por ingresos en el hospital militar de Lucena, que se encontraba en la actual residencia de ancianos de San Juan de Dios. Desconocemos si alguno de ellos falleció en el recinto hospitalario.

El 1 de octubre de 1938 el campo albergaba ya a 229 presos, y en los días siguientes se sumaron otros 69, de los que 66 procedían del campo de concentración de Córdoba, que funcionaba desde 1937 y que se convirtió en el gran suministrador de internos para el de Lucena. En total, durante este mes, pasaron por el campo de concentración de Lucena 292 reclusos, entre los que se produjeron 158 bajas que se distribuyeron de la siguiente manera: 59 internos fueron liberados; 77 engrosaron las filas del Ejército franquista en los frentes de guerra (regimiento de Infantería Oviedo, Regimiento Pavía nº 7 y un batallón de Bandera de la Falange); 14 acabaron en el Batallón de Trabajadores 103, sometidos a trabajos forzados en las obras del aeropuerto de Málaga; mientras que dos terminaron ingresados en la Prisión Provincial, otros dos en el campo de concentración de Córdoba y tres pasaron por el Tribunal Médico de Córdoba.

En julio de 1939 todavía quedaban 121 presos en el campo de concentración de Lucena, cuando hacía ya tres meses que había finalizado la guerra civil. El día 8 de julio el campo dejó de funcionar. Tuvo por tanto una andadura corta, de solo un año. El destino de la mayoría de los prisioneros fue el campo de concentración de Montilla, no obstante 30 quedaron libres, uno pasó al campo de concentración de Córdoba, otro a la prisión de Córdoba y otro a la de Linares (Jaén).

No sabemos a ciencia cierta el lugar exacto donde se ubicó el campo de concentración de Lucena pero, según hemos podido deducir del testimonio del médico lucentino Juan Luna Delgado –ya fallecido–, creemos que tuvo su sede en las escuelas del convento de los padres franciscanos, un recinto que había servido de prisión al comienzo de la guerra civil. Era un edificio espacioso y con agua corriente, pero aun así no contaba con la infraestructura necesaria (camas, utensilios de cocina, servicios higiénicos, lavandería, etc.) para albergar a tanta población reclusa. El comandante jefe del campo fue Pedro Galisteo Pérez, comandante de Infantería retirado y comandante militar de Lucena. De la administración económica se encargó el teniente Rafael García Rey. El Estado pagaba 1,65 pesetas diarias para la manutención alimenticia de cada uno de los presos.

La información relativa al campo de concentración de prisioneros de Lucena me la ha facilitado en abril de 2016 el investigador Francisco Navarro López, de Aguilar de la Frontera, y está extraída de los fondos documentales del Tribunal de Cuentas, referidos a 132 campos de concentración y 541 batallones de trabajadores, que se conservan desde 2010 en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca. La lista alfabética con los nombres de 258 presos que pasaron por el campo se puede consultar en este enlace.


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